EL ENEMIGO PUBLICO NUMERO 1
"Alfredo Rios Galeana"
ESTA ES PARTE DE LA HISTORIA
Burló cuantas veces quiso de las autoridades de México por arriba de más de una década; con sus múltiples delitos, hirió el orgullo de algunos funcionarios de gobierno, para darse una vida de lujos y placeres.
Una tarde del 9 de enero de 1985, el “Charro Misterioso” se preparaba para deleitar a su audiencia con música ranchera, acompañado de un mariachi, en un palenque clandestino ubicado en la colonia Valle de Aragón, 3a. sección, en el Estado de México. La casa había sido alquilada por Leonel, uno de sus cómplices. Sin embargo, al llegar, agentes de la Policía Judicial, dirigidos por el comandante Luis Aranda Zorrivas, ya estaban allí esperándolo para arrestarlo.
Cuando las puertas se abrieron, el cantante desenfundó su pistola, disparó contra los policías y huyó. Corrió unos metros hasta llegar a Avenida Central, donde subió a un camión de pasajeros. En un segundo camión que venía detrás, los policías lo siguieron. Luego, se bajó del camión y tomó al conductor de una Caribe como rehén. Varias patrullas se unieron a la persecución, y tras varios minutos de un intenso tiroteo, lograron finalmente capturarlo y llevarlo a la 34a. agencia del Ministerio Público en El Rosario.
El viernes 11 de enero de 1985, se difundió en exclusiva a través de las páginas de LA PRENSA que el peculiar charro detenido no era otro que Alfredo Ríos Galeana. Así, se había capturado al "enemigo público número uno de México", quien no sospechaba que su cómplice, Salvador Ornelas Rojas, capturado tres meses antes en el estado de Guanajuato, había delatado su ubicación al comandante Zorrivas, proporcionando información precisa que facilitó su captura.
En sus primeras declaraciones, publicadas por El Diario de las Mayorías, Ríos Galeana relató con su característico aire carismático y altanero cómo fue detenido: “Desafortunadamente, al correr por primera vez, se me cayeron cuatro cargadores y ya no pude disparar más. Pero si eso no hubiera ocurrido, no me atrapan, además de que me hirieron en un pie”.
Ese día, junto con varios de sus cómplices más cercanos, fue capturado en posesión de armas largas y aproximadamente 100 millones de pesos; por tanto, su única opción fue rendirse.
Por qué era considerado Alfredo Ríos Galeana el enemigo público número uno del país? ¿Qué historial delictivo tenía para ser buscado en toda la república e incluso en el extranjero? Ríos Galeana forjó un imperio criminal poderoso y burló la ley durante décadas, a menudo en complicidad con las autoridades, y en otras ocasiones, dejando al descubierto su ineptitud.
Ríos Galeana fue un criminal que se formó dentro de las propias corporaciones policiacas, lo que le permitió conocer sus modos de operar y, por ende, tener éxito en su trayectoria delictiva.
INICIO DE ORIGENES Y EL ASCENSO AL BAJO MUNDO CRIMINAL
En la comunidad marginada de Arenal de Álvarez, en Guerrero, Sabino Ríos y María Damiana Galeana tuvieron muchos hijos, siguiendo las costumbres de la época. En 1950, nació Alfredo. Con carencias en el hogar y pocas oportunidades, Alfredo fijó sus esperanzas en el Ejército mexicano, logrando ingresar al cumplir los 18 años.
En el ejército, demostró habilidades y rápidamente ascendió al grado de sargento primero en la Brigada de Fusileros Paracaidistas. Sin embargo, en 1976 desertó y se trasladó al Estado de México, donde ingresó a la Policía Preventiva y se convirtió en comandante del Batallón de Radiopatrullas (Barapem) en Tlalnepantla.
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El mismo delincuente relata que su primer asalto a un banco fue en 1978. Inicialmente, su banda estaba compuesta por entre 10 y 15 miembros. La suerte les acompañó, y sus atracos se volvieron más frecuentes. Uno de sus mayores golpes fue en 1979, cuando robaron una sucursal de Bancomer en Tlaxcoapan, Hidalgo, llevándose un botín de medio millón de pesos. Luego, no solo atracaban bancos, sino también instituciones gubernamentales y residencias de familias adineradas.
Con su líder en libertad, la organización criminal volvió a tomar fuerza, se reunían en el Distrito Federal y Estado de México en casas de seguridad, donde planeaban con detalle sus delitos. En muchas ocasiones, aquellos concilios terminaban en excéntricos pachangones, acompañados de alcohol, drogas y mujeres: un auténtico edén en la Tierra hecho realidad para Galeana y sus secuaces.
Con los recuerdos muy recientes de su última estancia en prisión, Ríos Galeana y su banda criminal decidieron en venganza, dar con mayor fuerza sus atracos. Su ambición y deseos “por vivir bien” -como él decía-, los llevaron a realizar una larga cadena de atracos, secuestros y asesinatos, en apenas un año.
Entre sus golpes más exitosos, se cuenta el asalto que dieron al Instituto Nacional de Cardiología, de donde obtuvieron una cantidad de 20 millones (de viejos pesos); el allanamiento al Banco de Cédulas Hipotecarias, cuando junto con diez de sus cómplices, hicieron una perforación con explosivos hasta las cajas de seguridad, llevándose un botín de más de 250 millones de pesos. Y, por si fuera poco, también robaron las arcas de la Delegación Tlalpan, diversas Conasupos y obtuvieron altas cantidades de dinero por el rescate de varios empresarios y comerciantes que secuestraron. Todos sus golpes fueron tan espectaculares, que habrían podido ser guiones exitosos para alguna película con tintes policiacos.
El asaltabancos más peligroso tentó al comandante Zorrivas, le ofreció varios millones de pesos por dejarlo en libertad, pero su captor rechazó su jugosa oferta.
Ante la procuradora Victoria Adato, viuda de Ibarra, delgado, de amplia frente y cabello crespo oscuro, con un gesto incrédulo mas no distinguido, casi como si el homenaje le causara molestia, el comandante Aranda estira la diestra para rendirse ante ambas manos de la señora Adato de Ibarra, quien emocionada entrega una carta de felicitación que dice: “con copia para el expediente personal”.
Quizá Aranda piensa, “¿y de qué me sirve una carta de agradecimiento sincera?”. Tal vez le cruza por la mente la oferta que le hiciera previamente Ríos Galeana: “Lo voy a hacer millonario, comandante. Déjeme en libertad, no se va a arrepentir. Se lo juro por ésta”. Y en la memoria esas palabras vuelven una y otra vez; aquella insinuación del enemigo público número uno que el honesto comandante rechazó.
Desde que tomó posesión del cargo a principios del sexenio de Miguel de la Madrid, el comandante José Luis Aranda Zorrivas reinició las pesquisas para ir tras ese delincuente a quien llamaban “El Toro” o “El Feyo”, por su más de metro ochenta de estatura, su gran corpulencia y su nada agraciada apariencia.
LA CAPTURA DE RÍOS GALEANA
Continuando con la tradición familiar dentro de las fuerzas del orden, Aranda Zorrivas siguió los pasos de su padre, quien se desempeñaba como jefe de grupo de la Primera Comandancia. En 1980, Aranda Zorrivas se graduó en Derecho y, además, poseía conocimientos en criminología, lo que lo convertía en un agente altamente preparado.
DETECTIVE VS BANDOLERO
Dos fuerzas antagónicas se enfrentaban: el detective y el bandolero. Ríos Galeana había transgredido la ley durante años, evadiendo a la justicia repetidamente, fugándose de prisión y asesinando a policías para mantener su libertad.
Aranda Zorrivas, quizás sin proponérselo, intentaba devolver cierto orden moral a la sociedad. Recibió una carta de agradecimiento para él y los 19 elementos bajo su mando, quienes lograron liberar a la ciudadanía de un peligro tan grande como la banda de Ríos Galeana. Una hazaña que parecía imposible.
EL ENCUENTRO
En un auditorio repleto, resuena en la memoria de José Aranda lo que le dijo a “El Charro Misterioso”: “Recuerde que con su conducta ha incitado a decenas de jóvenes a asaltar bancos. Usted ha sido uno de sus ídolos más fervientes. Ahora, incluso, matan a los policías para obtener dinero fácilmente. Siguen su ejemplo. Piense en todo el daño que ha causado…”.
Durante casi dos años de cacería, desde su última fuga del penal de Santa Martha, Aranda Zorrivas reunió indicios sobre el paradero del criminal más buscado. Mientras tanto, los asesinatos y robos continuaban.
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